lunes, 19 de mayo de 2014

MIGUEL HERNÁNDEZ



                                                 
 

                                                                            ¿Por qué no lleváis dispuesta
                                                                             contra toda villanía
                                                                             una hoz de rebeldía
                                                                             y un martillo de protesta?



Llevo varios días intentando escribir unas líneas sobre Miguel Hernández, y a cada línea que escribo me arrepiento. Estoy frente al ordenador, con una libreta llena de frases y varios libros  gastados y viejos por el uso y me da vergüenza, he releído varios de esos poemas y siento una punzada en el corazón y mis ojos se llenan de lágrimas.

Vergüenza porque hablar de Miguel Hernández es hablar de dignidad, de solidaridad, de principios.
Vergüenza porque él nos enseño el poder transformador de la palabra, su función social y política en momentos tan duros como la Guerra Civil.
Vergüenza porque pretendo hablar de cosas que sólo con leerle ya quedan explicadas.

Mientras me planteo como poder abordar estas líneas, se produce en España un hecho, que para muchas puede ser una anécdota, pero que para mí está cargado de importancia. La editorial Anaya, una de las más importantes a nivel educativo en España,  publica un libro donde al hablar de la muerte de Federico García Lorca dice: “murió cerca de su pueblo, durante la guerra en España”, omitiendo que Lorca murió fusilado por el franquismo. También habla de la muerte de Antonio Machado y lo hace en estos términos: “Pasados unos años se fue a Francia con su familia, donde vivió hasta su muerte”, sin mencionar que Machado se fue al exilio y murió en Francia exiliado por el franquismo.
Resulta curioso que en 2014 se utilice para hablar de la muerte de Lorca unas palabras, que recuerdan demasiado a las que en 1940 hablaban de su muerte en su acta de defunción: “Murió a consecuencia de heridas producidas por hechos de guerra”
Este hecho es lamentable y nos muestra una vez más que este país llamado España tiene un verdadero problema con la memoria, con su historia, ya que nos encontramos otra vez con el intento de establecer la amnesia, el olvido del franquismo y la brutal represión, no faltaran los palmeros del régimen diciendo que para qué reabrir heridas, el problema es que es difícil reabrir algo que nunca se cerró.

Pocos días después la editorial Anaya, retiró todos los libros de esta edición, pero sin ningún tipo de arrepentimiento, sólo por la polémica generada.

Miguel Hernández también fue víctima de nuestra Guerra Civil y al igual que con Lorca y Machado podían haber endulzado su muerte.
Fue el poeta del pueblo, se sentía solidario con el pueblo oprimido, su poesía es imprescindible, contundente, necesaria en estos días.

En pleno s.XXI la realidad nos sigue escupiendo a la cara,  mostrándonos niños explotados laboralmente o niños soldados en varios países, sin futuro, sin esperanzas, pero estamos inmunizados, lo criticamos, lo condenamos y miramos hacia otro lado, cómo no recordar ese niño yuntero que Miguel Hernández retrataba en 1936:

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura”.

Las noticias nos hablaban el otro día que los comedores sociales de este país están cada vez más llenos, las familias no llegan a fin de mes, la pobreza aumenta, aunque los datos macro-económicos digan lo contrario, el hambre esta acechando a España, y el hambre es un arma para dominar al más débil:


“Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo
aquel jornal al precio de la sangre cobrado
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende
y la ferocidad de nuestros sentimientos
allá donde el estomago se origina, se enciende.”

Miguel Hernández quería llegar a todo el mundo, al labrador, al jornalero, al obrero, a los hambrientos, sintió la necesidad de luchar por un mundo mejor, más justo, más libre, más humano, por eso cuando en 1936 el golpe de estado fracasa y se inicia la guerra civil, no duda en luchar a favor de la República, sus poesías durante la guerra son poesías directas, luchadoras, en “Vientos del pueblo me llevan” nos indica esa necesidad de luchar, de formar parte de la Historia:

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

¿Quién habló de echar un yugo
Sobre el cuello de esta raza?
¿Quién a puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
 ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
 tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas”

O esos versos ya inmortalizados, tan llenos de fuerza, versos que antes de encuadernarlos, los franquistas tras ocupar Valencia ordenaron destruir, afortunadamente se salvaron dos copias, que permitieron que llegasen a nosotros:


“Para la libertad, sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.”

Pero Miguel Hernández, como tantos, perdió la guerra, y los sueños de libertad desaparecieron de este país, para dar paso a años de miedo, de persecuciones, años de dolor, de fusilamientos, de fosas comunes, años de silencio, de cárceles, de torturas…
Miguel Hernández fue encarcelado y sentenciado a muerte,  pero las presiones de muchos intelectuales hicieron que se conmutara la pena a 30 años de prisión, pasó de cárcel en cárcel, enfermando de bronquitis, luego de tifus y finalmente de tuberculosis, lo que causaría su muerte en 1942 con tan solo 31 años.

Durante su estancia en la cárcel Miguel Hernández escribió una de los poemas más dolorosos que se han  escrito, el poeta recibió una carta de su mujer en donde le contaba que para dar de amamantar a su hijo, sólo comía pan y cebolla, Miguel Hernández lleno de dolor y rabia escribió:

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.”

Es difícil no estremecerse leyendo estos versos, versos que por desgracia podrían representar a demasiadas madres.

Quiero acabar con un poema que refleja la humanidad, el amor, la lucha, la ternura de Miguel Hernández, versos inmortales, versos que todos deberíamos llevar tatuados a fuego, palabras de un hombre que dignifica al ser humano, palabras tan llenas en tiempos tan vacíos:


“Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes”




Joaquín Canto.

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